La Escena Musical Mexicana Está Muerta

Las semanas pasadas he tenido charlas con varias personas que están dentro o muy cerca de lo que –la mayoría– conocemos como “escena”. Pero antes de contar de qué iban esas pláticas, déjame ponerte en contexto.

“La escena” es, en pocas palabras, todo lo que ocurre alrededor de un circle jerk de personas que tienen cierta fama local. Está compuesta principalmente por músicos, productores, fotógrafos, gente de relaciones públicas, gente de medios como revistas y blogs, y todos sus derivados; también, personas que no tienes ni puta idea de qué hacen en la vida pero siempre los ves en cada fiesta, concierto, festival y similares. Todos ellos, conocidos como “escenosos”, parecen vivir felices, saludándose hipócritamente y apareciendo en los álbumes de sitios de tendencias y sociales. Parece ser un mundo perfecto, uno al que todos quieren pertenecer; y es justamente esa insatisfecha necesidad lo que alimenta a los que están dentro. Si no eres parte de la escena, no eres nadie.

La realidad, por supuesto, es completamente distinta. Si bien los miembros de esta secta han ganado su fama gracias a su trabajo (bueno, malo, mediocre; como sea), muchos son más apariencia que sustancia. Esto aplica especialmente para los músicos, muchos de los cuales pertenecen a bandas que tienen años sin lanzar algo fresco, propositivo, pero que siguen siendo invitados a eventos porque “es Chuchito de [inserte aquí cualquier banda mexicana]”. Los escenosos son como parásitos que viven a expensas de las fiestas de marca (barras libres, obvio), conciertos, festivales, inauguraciones de exposiciones, aperturas de restaurantes, bares o clubes, y cualquier evento en el que puedan lucir sus mejores outfits y beber gratuitamente. Se creen la realeza de la Roma-Condesa y se ofenden bastante si alguien no los conoce o no ha escuchado sobre ellos (o sus cuentas de Twitter).

La escena siempre ha existido, pero la que conocemos ahora nació con el boom blogger (en México), allá por 2006, cuando las fiestas clandestinas y las barras libres eran el pan de cada noche en la Ciudad de México. Y cuando todos, absolutamente todos, se volvieron DJs. Yo llegué a la ciudad mucho después (2011), pero me han contado historias increíbles sobre aquellos aquelarres que marcaron a una generación, misma que se ha convertido en verdugo de la escena actual. En aquel entonces todo era nuevo, la aparición de las redes sociales y la comercialización de los blogs se convirtió en una mina de fama y fortuna para los fundadores de estos medios; lo que comenzó como un pasatiempo, se convirtió en un negocio, uno muy rentable al que todas las marcas se treparon, sin siquiera saber lo que estaban haciendo. Fue ahí cuando las “fiestas de marca” tuvieron su apogeo, no importaba lo que sucediera, mientras hubiese exposición, los brand managers eran felices. Así que tiraban la casa por la ventana, y los blogs se llevaban buen varo por generarles contenido y tráfico vía posts y banners. Por supuesto, este modelo de negocio sigue vigente, pero ha evolucionado, cosa que estos primeros blogs no han hecho.

Todo esto de la muerte de la escena lleva ya tiempo rondando mi cabeza y la de muchos conocidos míos, pero no fue sino hasta inicios de este año que me (nos) quedó clarísimo lo que estaba sucediendo.

Recuerdo perfectamente una fiesta de X marca de calzado donde absolutamente todo estuvo mal: el venue que ya han usado millones de veces, el DJ que ya ha tocado en todas las fiestas (y que nadie pelaba), los mismos famosillos y sus amigos que sólo van a gorrear alcohol: la misma dinámica de siempre. Esa fue la primera gota que derramaría el vaso. Después, una serie de conciertos en donde estaban, claro, los famosillos mencionados anteriormente, más atentos a su Twitter que a la banda que tenían en las narices, preocupados por lo que harían después de cumplir con el compromiso de asistir al concierto de alguien que ni siquiera conocían. Luego, un par de festivales donde los outfits, las selfies y las chelas eran más importantes que lo que ocurría sobre los escenarios. Después, otro coctel, esta vez de una marca de ropa, donde el equipo de PR no hizo su chamba e invitó a los primeros tuiteros que encontraron con más de 20 mil seguidores. Y así puedo mencionar mil ejemplos que sólo retratan la decadencia de un ecosistema que ya no puede sostenerse a sí mismo.

¿Pero por qué digo que está muerta? Por varias cosas:

No hay evolución. No puedes hacer lo mismo que hacías hace 5 o 10 años, puede que la fórmula te funcione, pero al final los demás se cansarán y perderás la poca relevancia que conservabas. Esto va dirigido a las marcas y los medios que han caído en un círculo vicioso, en un eterno deja vu. No sé si se hayan dado cuenta, es más, deberían preguntarle a los asistentes de qué se tratan sus fiestas, les aseguro que si acaso uno les responderá bien, y el resto sólo está ahí para posar frente a las cámaras y chupar sin gastar un varo. Aquí entran también las activaciones: “te doy una cajetilla de cigarros si te tomas una selfie aquí”, “toma este shot de mierda a cambio de un tuit con el hashtag #EstaMarcaEsLoMás”, ¿en serio? ¿Dónde está ese ‘equipo creativo’ que se supone que tienen y al que le están pagando? No hay innovación, sólo fórmulas gastadas. Queridas marcas: sus fiestas no son más que el plan previo, sus activaciones son una broma y a NADIE le importa lo que hagan o dejen de hacer.

No hay propuesta. Esto va para los productores de conciertos y festivales. ¿Cuántas veces no hemos leído o escuchado el anuncio de que vienen XYZ bandas? Y nadie se emociona porque prácticamente ya viven aquí. Ya todos los hemos visto, ya sea en solitario o en algún festival, ¿por qué iríamos a verlos nuevamente? A menos que seamos muy fans, y ni así, pues a partir de la tercera vez toda emoción comienza a minimizarse. Lo sorprendente es que los productores han encontrado la forma de seguir vendiendo esos conciertos: trayendo a bandas que tienen una fuerte base de seguidores que están dispuestos a pagar cada vez que vengan, asegurándose de que no haya ninguna fiesta o concierto relevante en esas fechas, pagando a medios para que mencionen el show cada cinco minutos y actos desesperados como amenazar unos días antes que quedan muy pocos boletos, cuando en realidad no han vendido ni la mitad o, el más desesperado de todos: regalar chingos de boletos para que al menos el lugar no se vea vacío. A esto último es a lo que van a llegar si siguen jalando a los mismos actos una y otra vez. Estoy consciente de que una banda conocida y hypeada (aunque sea por una canción) siempre va a vender más que una que no lo es, pero si se jactan de ser marca-tendencias, ¿por qué no se arriesgan y comienzan a bookear buenas bandas, pequeñas o medianas, que nunca han tocado en México? Ah, claro, porque piensan que es una pérdida de dinero. Háganlo, salgan de sus burbujas musicales y exploren el panorama, seguramente se sorprenderán de saber que hay muchas bandas nuevas que mucha gente quiere ver.

No hay interés. No toda la culpa la tienen los que crean la escena, sino también los que la viven. Por ejemplo, el típico asistente de festival que, de inicio, conoce sólo a un acto del cartel, y no se toma el tiempo de escuchar a los demás porque prácticamente lo que le importa es que se va a poner la peda de su vida con sus amigos. Sin sonar purista, no hay responsabilidad ni conciencia. Los conciertos y festivales son más caros cada año, y resulta increíble que los asistentes que los pagan no exijan sus derechos, como por ejemplo, buena logística, baños decentes, food court y barras accesibles, un cartel propositivo y diverso. No, se conforman con lo que les ofrecen, y por eso existen tantos promotores patito que se embolsan miles y miles con un DJ de EDM que viene cada fin de semana. El error es que a ese público se le ha mimado mucho, y por eso si no hay alcohol o algún beneficio de por medio, ni siquiera voltean a ver a la marca o al evento. Las fiestas, los conciertos y los festivales se han convertido en algo tan cotidiano, que han perdido todo su valor, y ahora son sólo un “asistiré” en Facebook.

No hay novedad. A casi 10 años de esa primera generación de escenosos, uno esperaría que la escena hubiese sido renovada por jóvenes hambrientos y ambiciosos. Pero ese es justamente uno de los factores que contribuyen a su extinción: esos jóvenes no tienen visión, pero sí 5,000 amigos en Facebook y unos miles de seguidores en Instagram. También, las agencias de PR se van por lo fácil, invitando a las mismas caras a los mismos eventos, convirtiendo a las marcas que las mantienen en una masa homogénea donde ya no sabes si se trata de una fiesta de calzones o de chupe. No hay rostros nuevos, mucho menos segmentación según cada sector de consumo. Sólo les interesa llenar los lugares, tener un par de influencers medio conocidos que puedan tuitear o hacer un Vine y listo, se dan por bien servidas y encima cobran los millones con un vago reporte lleno de screenshots. Y todos esos influencers no tienen ni la mínima intención de construir una escena, de cambiar las cosas, mientras reciban un par de tenis o una botella de mezcal, están contentos.

No hay ganas. Parece que muchos han perdido la pasión por su chamba. Antes era “¡Sí, a huevo! Hagamos esto, y pasará esto otro. Estará chingón.” y ahora es “Ah, sí, haremos esto, así y asá, ya sabes.” Todos esos eventos se han vuelto tan rutinarios, tan de manual, que la pesadez con la que los hacen contagia hasta a los asistentes. Eso se nota en todos lados, en las oficinas de medios como revistas ya no se escuchan reacciones positivas ni de sorpresa cuando les llega la noticia de un nuevo concierto, aunque quieran mostrar todo lo contrario a la hora de publicarlo. En las productoras ya no hay emoción cuando una agencia les ofrece a ciertas bandas, ya no piensan en el público cuando leen la lista, sólo están pensando en cuál les cuesta menos y cuál les va a dejar más varo. A los escenosos les da igual cómo será la fiesta del jueves de su marca favorita de vodka, pues dan por hecho que irán a precopear y luego al antro de moda, y posiblemente se olvidarán de esa noche, no sin antes hacer check-in y subir un par de fotos para que todos sepan que estuvieron allí.

Una de esas pláticas con amigos giraba en torno a los medios musicales en México. Donde mencionaban que mientras en Estados Unidos hay sitios como Pitchfork y FADER, nosotros tenemos Lifeboxset y Sopitas. No hace falta mencionar las diferencias, pues son clarísimas, y tampoco se trata de hacer comparaciones ni juzgar desde una perspectiva malinchista, porque no es el caso; pero ¿por qué no podemos tener medios de ese nivel? ¿Por qué nos conformamos con el refrito del refrito? ¿Dónde está la gente talentosa dispuesta a transformar el medio? Son interrogantes que también han estado rondando mi cabeza.

Otra charla estaba más enfocada en los pobres esfuerzos de las agencias de relaciones públicas y a la ignorancia de las marcas, que les compran cualquier propuesta que ellos creen que es original pero que ha sido reproducida cien veces antes en otras partes del mundo o incluso en el mismo país.

Si llegaste hasta aquí, es probable que pienses cosas como “este güey es un pinche hater” o “seguro está ardido”; pero no. Puede parecer que estoy tirando odio a lo imbécil, pero mi intención no es otra más que retratar algo que he percibido últimamente. Tampoco estoy ardido, más bien, estoy decepcionado de ver tanto potencial desperdiciado, y cansado de que nadie (a veces, ni siquiera yo, tengo que admitirlo) esté haciendo algo al respecto. No dudo que haya algunos allá afuera generando un cambio, pero con unos cuantos no será suficiente: o nos sumamos todos o nos dejamos arrastrar por esta moribunda escena.

http://mexicoindie.net/author/mexicoindie/

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